– ¿Y tú qué buscas en un hombre?
– Yo busco, ante todo, alguien que ME HAGA REÍR.
Tras este diálogo de entrevista de revista femenina podría estar cualquier mujer: De Emma Stone a Raquel Mosquera, pasando por la Infanta Elena. “Que me haga reír” es el nuevo “Un hombre bueno que me respete”. Imagino a madres serias, aleccionando a sus hijitas adolescentes: “Tú lo que te tienes que buscar, nena, es un hombre que te haga reír”.
Este diálogo, aparte de ser una patraña vergonzosa, contiene la falacia que más daño y trastorno ha causado en los hombres de mi generación, junto con la manía de medirse las pollas y pasar el resto de la vida atormentado e inseguro. Veo cada vez más a mi alrededor, y vivo cada vez más en mis carnes reidoras, el ataque de machotes desesperados por causar la carcajada. Claro que sí, claro que reírse es estupendo y maravilloso, y que se segregan endorfinas y bífidus activo, y se fortalecen el pelo y las uñas, pero por Dios y por la Virgen, hay otras cosas en la vida, muchachos. Estas últimas oleadas descontroladas de humoristas feotes triunfadores, de humor absurdo y chavalada nui en general, han convertido al hombre en un catalizador de chistes ajenos que va por ahí repartiendo gracietas a la desesperada. Y, si esto es así entre amigos o en el trabajo, no digamos ya entre el género femenino. En ese ambiente, el hombre se desata. Tanto es así, que creo que, en los últimos años, podría encajar muchas de mis relaciones en el siguiente esquema: Hablar un poco, hablar más, agregarse a facebook, chatear un poco, chatear mucho, quedar, primer beso, primera intimidad sexual, chateo, PRIMER VÍDEO DE HUMORISTA.
A partir de ahí, la cosa se pone jodida. ¿Qué hacer? Puedes estar en el culmen del enamoramiento, buscando entre tus diarios de la infancia la lista de nombres de hijos que escribiste a los ocho años y teniendo fantasías que rozan lo erótico con una presentación formal a tus padres y con tu madre diciéndote en la cocina “qué guapo es, hija, qué guapo”, pero, por mucho que lo ames, si llega el momento vídeo del humorista y después de eso vuestra relación continúa, oirás, por ejemplo, el grito sordo de Ignatius Farray cuando dés el “Sí, quiero”, y darás tú misma gritos sordos al estilo Farray antes de que te pongan la epidural. Porque el momento vídeo del humorista es una espina que no se arranca tan fácilmente.
Cualquiera podría pensar que soy una vinagres total, pero aseguro que tengo la risa muy fácil, y que me descojono cada día con las chorradas que recibo por parte de amigos, amores y conocidos. En ocasiones incluso imagino con ternura la cara de felicidad suprema que debe de poner un hombre cuando hace reír con un vídeo del Pozí (Descanse en paz) a la muchacha de su corazón, o simplemente, no hay por qué complicarse tanto, a una hembra con la que quiere copular. Lo que pasa es que me parece que esta fiebre del internet está hiriendo al humor de toda la vida, el “me río porque me acabas de contar que tu padre se ha tirado un pedo en el trabajo y ha simulado que era un ruido de la fotocopiadora” o “me río porque me cuentas que te has medio caído en el metro y le has arrimado cebolleta a una vieja”. Este bello humor que nace de la cotidianeidad y que antes permitía que nos construyésemos una idea más o menos acertada de quién era esa persona, está siendo sustituido por “sonrío a medias porque me acabas de enviar un gif que ya he visto cinco veces en Facebook en el que una oficina entera baila el Harlem Shake, y después de eso se me queda así como una agujero en el alma”.
Sí, queridos lectores: Un risómetro al límite es la nueva polla larga, y de pronto nos vemos inmersos en un mercado del ligoteo en el que no conocemos a una persona por anécdotas propias, ni la consideramos graciosa porque realmente lo sea, sino porque nos ha enviado un vídeo de una niña delirando por una anestesia dental , una foto de un perro que mea con las patas de atrás levantadas y otro vídeo de dos playmobils bailando el aserejé. ¿Qué información puede extraer de ahí una pobre chica con el enamoramiento en ciernes? ¿Que el hombre en cuestión quiere tener hijos drogadictos, un perro lisiado y una casa de veraneo en Córdoba? ¿Que es un ser divertido y lleno de gracia de Dios, aunque toda esa gracia provenga de internet? Esto no puede ser. Los hombres viven agobiados: pierden tanta energía sumidos en la angustia de soltarle el chiste estupendo que leyeron en Twitter, lo pasan tan mal queriendo hacer una referencia a Padre de Familia en el momento justo, que, claro, después no se les levanta, porque ya no les queda sangre, que se les ha ido toda al lóbulo cerebral del humor ajeno.
Son, desde luego, tiempos duros para el amor, tiempos en los que piensas que un hombre te ama porque ves que no hace más que escuchar una lista de reproducción tuya en el Spotify, pero después te lo encuentras por la calle y ni te saluda. Tiempos en los que hombres amantísimos hacen el amor a las mujeres con fuego y ternura, para caer inmediatamente en un barranco de humillación postcoital mutua contando una anécdota de South Park. Sí, amigos, yo me he dormido mientras me leían twits de @masaenfurecida. Y lo peor de todo es que me dormía riéndome.