El joven proletario se levanta con esfuerzo. Hace días que le duelen los riñones de colocar cajas de zapatos en los estantes más altos de la tienda bajo la atenta mirada del patrón. La propuesta que le hicieron anoche al cierre le martillea las sienes. No es mucho dinero el que se le ofrece, pero quizás con él podría comprar un poco de mantequilla. Mientras bebe su malta aguada y su rebanada de pan negro se tuesta en la lumbre, arranca la hoja del calendario. Hoy cumple 17 años.
Esa misma noche, en la trastienda, el joven proletario se arma de valor. A cuatro patas, abre la boca, saca la lengua, lame el mocasín manchado de mierda. El látigo restalla contra su tierno culo. La mujer del patrón suspira de placer.